

Por José Juan Conejo Pichardo
22 abr 2025
Análisis de Columnas, Artículos y Trascendidos
La muerte del Papa Francisco ha generado un terremoto en la opinión pública internacional. No sólo porque se extingue la voz de un líder religioso que rompió moldes, sino porque su partida deja a la Iglesia Católica frente a una encrucijada histórica: avanzar en el camino de apertura iniciado por él o retroceder hacia una rigidez doctrinal que ya parecía superada.
Francisco no fue un Papa convencional. Fue el primero jesuita, el primero latinoamericano y el primero en décadas en asumir una postura realmente pastoral frente a una Iglesia acostumbrada a la burocracia y la solemnidad. Sergio Sarmiento destaca su empatía con los excluidos, su tolerancia hacia las diversidades sexuales y su crítica al dogma neoliberal, aunque también subraya la controversia de sus posiciones frente a la economía de mercado. Lo retrata como un sacerdote de la calle, no de palacio.
Desde su editorial, La Jornada retrata una figura progresista que removió las bases mismas de la curia: denunció la explotación, reconoció errores, habló de feminismo, abrazó al pueblo palestino y condenó la violencia de género. En contraste, advierte del riesgo de que su sucesor revierta esos avances y devuelva a la Iglesia al oscurantismo de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Carlos Loret de Mola y Raymundo Riva Palacio enfocan su análisis en el caso mexicano. Ambos coinciden en que Francisco representó una incomodidad constante para los gobiernos en turno, desde Peña Nieto hasta López Obrador. Denunció la violencia, la corrupción y la impunidad; fue una voz que incomodaba porque no se dejaba usar ni callar. Riva Palacio va más allá al sugerir que su fallecimiento es, paradójicamente, un alivio para el actual régimen, al quitar del tablero a un crítico con peso moral global.
Julio Hernández y Jorge Fernández Menéndez recalcan su lucha contra los intereses enquistados dentro de la Iglesia, especialmente en temas como la pederastia clerical. Fernández Menéndez aporta una dimensión íntima al compartir una audiencia privada con Francisco, destacando su combinación de teología, humanidad, política, humor y compromiso social. Recuerda también que nombró a 149 cardenales, lo que podría garantizar cierta continuidad en sus reformas, al menos en el corto plazo.
Ciro Gómez Leyva lo llama “un loco de Dios”, y recuerda cómo dignificó a los pobres desde un origen humilde. Carlos Puig baja la intensidad emocional al recordar que el Papa, aunque relevante, es sólo una pieza en una institución milenaria que podría resistirse a cambiar.
En el plano político nacional, columnas como Confidencial, Trascendió y Sacapuntas narran la reacción inmediata de la clase política mexicana. Desde Claudia Sheinbaum, quien podría asistir al funeral en Roma, hasta los expresidentes Peña Nieto y López Obrador, quienes lamentaron públicamente su muerte, aún con sus diferencias ideológicas con él.
Adrián Trejo abre el debate sucesorio y menciona a figuras como el cardenal mexicano Carlos Aguiar Retes, aunque reconoce que no figura entre los más cercanos al favoritismo romano.
Pepe Grillo lo llama con precisión: un humanista que incomodó a los poderosos. Su fallecimiento no sólo marca el fin de una era, sino el inicio de una batalla silenciosa por el alma de la Iglesia.
El futuro está en juego. El próximo cónclave no sólo elegirá al sucesor de Francisco: elegirá si la Iglesia seguirá siendo un refugio de los pobres, las mujeres y los marginados, o si volverá a cerrar las puertas a los gritos de justicia que durante el pontificado de Francisco sí encontraron eco.