

José Juan Conejo Pichardo
15 jul 2025
Reportaje
Cuando pensamos en conquista, solemos imaginar espadas, invasores y ciudades tomadas por la fuerza. Hoy la conquista sigue viva, pero disfrazada de “revitalización”. La gentrificación es la nueva colonización urbana: una invasión silenciosa que desplaza comunidades enteras y transforma barrios históricos en escaparates turísticos o para la élite.
En México, este fenómeno se ha acelerado en la última década, especialmente en ciudades como Ciudad de México, Guadalajara, Mérida, Oaxaca, San Cristóbal de las Casas y zonas costeras. Colonias con identidad, arraigo y vida comunitaria son repentinamente convertidas en “destinos cool” para extranjeros, nómadas digitales y clases acomodadas.
¿Cómo empieza? El inicio silencioso
Todo suele comenzar con mejoras superficiales: calles empedradas, luminarias nuevas, murales, cafés de autor y mercados gourmet. Las inmobiliarias y plataformas como Airbnb llegan con promesas de “plusvalía” y “modernización”, pero detrás de ese barniz estético hay una estrategia calculada: atraer inversiones, subir rentas y transformar el barrio para quienes puedan pagarlo.
El precio de la vivienda se dispara, los servicios básicos se encarecen y, poco a poco, los habitantes originales son orillados a abandonar sus hogares. Según el Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo (ITDP), en colonias como la Juárez o la Roma en CDMX, las rentas han subido hasta un 400 % en los últimos 10 años.
Los gobiernos: ¿aliados o freno?
Los gobiernos locales juegan un papel clave. Algunas administraciones fomentan la gentrificación bajo el discurso de “regeneración urbana” para atraer inversión extranjera y turismo. Con ello, reciben mayores ingresos fiscales, aunque sea a costa de la expulsión de sus ciudadanos.
En otros casos, gobiernos como el de Barcelona o Berlín han impuesto fuertes restricciones a Airbnb y a la compra masiva de propiedades por inversionistas extranjeros, limitando así la especulación. En México, en contraste, aún falta voluntad política para regular y proteger de verdad a los residentes.
Un problema que ya provocó marchas
Este año, colectivos y vecinos de colonias tradicionales han encabezado marchas y protestas en CDMX y Mérida contra la gentrificación y el turismo descontrolado. Exigen frenar los desalojos, regular la renta corta y garantizar vivienda asequible. Su mensaje es claro: “La ciudad no está en venta”.
En la colonia Centro de Mérida, la compra masiva de casas por extranjeros ha dejado sin opciones de vivienda a muchos yucatecos. En la Roma y Condesa, vecinos denuncian que sus barrios se convirtieron en parques temáticos para turistas, con servicios y precios que ya no pueden pagar.
El derecho a la ciudad: un principio pisoteado
El derecho a la ciudad, respaldado por la Nueva Agenda Urbana de la ONU, significa que todos los habitantes tienen derecho a habitar, usar y decidir sobre su entorno. Pero la gentrificación lo borra de un plumazo.
Se rompen redes comunitarias, se pierden oficios tradicionales y se destruye la identidad barrial. El espacio público se privatiza, y quienes fundaron y sostuvieron esos barrios quedan reducidos a figurantes o, en el mejor de los casos, a trabajadores mal pagados en negocios de lujo.
ONG’s y sociedad civil: la última línea de defensa
La mayoría de las ONG mexicanas se centran en alimentación, salud o medio ambiente. Sin embargo, la defensa del derecho a la ciudad y a la vivienda digna necesita urgentemente entrar en su agenda.
Las organizaciones pueden articular observatorios ciudadanos, ofrecer asesoría legal contra desalojos, impulsar iniciativas de renta social y exigir límites claros al desarrollo inmobiliario desmedido. La lucha por la vivienda es una lucha por la dignidad y por la memoria colectiva.
Callar no es opción
Aceptar la gentrificación sin resistencia es permitir que el dinero dicte quién puede habitar y quién debe irse. Es dejar que nuestras ciudades se conviertan en parques temáticos para el consumo fugaz, borrando el alma de cada barrio.
Si no actuamos hoy, mañana viviremos en vitrinas sin historia. Las calles olerán a croissants y cold brew, pero ya no habrá ni tianguis ni puestos de tamales. No habrá fiestas patronales ni sonidos de barrio: solo influencers tomándose fotos.
¿Qué ciudad queremos heredar?
La gentrificación no es inevitable: se puede frenar si existe presión social, voluntad política y organización colectiva. Necesitamos gobiernos valientes que ponlgan límites a la especulación y protejan a sus habitantes, y una ciudadanía dispuesta a defender su barrio como si fuera su casa… porque lo es.
La ciudad es mucho más que una postal: es un tejido vivo de historias, sabores, sonidos y afectos. Y defenderla es defendernos a nosotros mismos.

